Y digo yo: Locuacidad y grandilocuencia, un escaparate de la nada.
Últimamente me molan los debates y las discusiones, tanto televisivas como vivientes, no por la información que me proporcionan, ni mucho menos por servirme de método de aprendizaje y de crecimiento personal (de eso nada), sino por lo entretenido y morboso que me resulta escudriñar en la personalidad de los parlanchines que habitan la mayoría de los medios.
Últimamente he observado que se habla mucho pero que se dice muy poco, y eso debe tener su mérito, porque proporciona rédito económico a muchas bocas llenas de verborrea, que con su altisonancia y su sonora voz dejan boquiabiertos a la llana plebe, que acaba creyendo algo que jamás ha entendido. A esto, el ser humano siempre ha estado dispuesto, ya que no requiere esfuerzo, y me temo que en las Españas, esto, hasta se aplaude y se recompensa con un puesto en la política.
Hace unos días presté mucha atención a lo que decía el protagonista de un debate en televisión, supuestamente entendido todavía no sé en qué, y el cual parecía ser su principal escucha. Su presencia resultaba contundente y su voz gravemente radiofónica, y su look, sin lugar a dudas, correspondía al de un intelectual seguro de sus ideas, que exponía, según se le iba preguntando, sentando cátedra.
Tal malabarista de la palabra resultó ser Fernando Savater; filósofo, escritor, y seguramente alguna cosa más; según se dijo también, votante de UPyD, y por si todo fuera poco, padrino de Ciutadans de Catalunya, ─ya saben, esa asociación opuesta al nacionalismo catalán, o sea a favor del nacionalismo español, también impulsada por otros intelectuales entre los que destaca el también celebérrimo verborrágico Albert Boadella─.
Me pareció que sus palabras caminaban entre la nada y lo aparente, o sea en la confusión, creo yo que premeditada, para que sonaran a algo que no es pero que se quiere que sea. Pronto me di cuenta que su parloteo hábil se basaba en unir palabras, frases y conceptos de colores opuestos, incluso discordantes, para que el conjunto brillara, explicando poco o pervirtiendo la verdad.
Algunas de sus aseveraciones me parecieron especialmente chirriantes:
1. Como era de esperar, llegó el tema de Catalunya, y sobre la pretensión soberanista se le preguntó “¿de qué hablamos?”, a lo que respondió con voz segura y altisonante: “Hablamos de unidad democrática”.
Y digo yo: ¿Mande? ¿Me lo puede explicar? Lo siento pero me huele a perversión de los términos. Me temo que en este caso no se refería a una “unidad” como la que se dio en Bolivia a finales de los años setenta, en la que se unieron los partidos de izquierdas antes de acabar en una dictadura, o como la que tuvo lugar en Venezuela en 2008 para reforzar la oposición a Hugo Chávez. Me cuesta creer que tal ilustre conocedor de la palabra haya podido confundir “unidad” con “uniformidad”. A mí no me la pega.
2. Llegados al no menos sobado tema de la corrupción, soltó la siguiente sentencia: “La corrupción en sí no es mala, lo que es malo es su impunidad”.
Y digo yo: que sí señor, que eso es sabiduría y lección de moral, esa que en España subsiste desde que se tomó como catecismo la novela anónima “Lazarillo de Tormes”, en la cual el héroe es el listillo personaje que roba al ciego. Dicen que esa obra literaria fue la precursora de la novela picaresca. ¡Vaya que si lo fue!,… España es esa novela en la que si no te pillan todo es bueno. Acabaré pensando que fue bueno inventar el infierno.
3. En esta ocasión no recuerdo de qué iba el tema, pero sí tengo grabada la gran frase de papelillo de caramelo: “El intelecto no vale nada sin el coraje”.
Y digo yo: ¿que si eso quiere decir algo? No sé, pero brilla. Por cierto, ahora me acuerdo de que en cierta ocasión muy lejana, cuando apenas contaba con diez años, el miedo me salvó la vida evitando que cayera en un pozo, ─pero ésta es otra historia─.
4. Y ahora, una sobre ETA, etc.: “Se pueden hacer mensajes sexualizantes, pero…”.
Y digo yo: que se preguntarán a qué viene eso. Pues yo también me lo pregunto, pues el tema no es precisamente “excitante”. Rutilante pero estúpida mezcla de conceptos contrarios: sexo y desamor,… vida y muerte.
5. Y para cerrar el periplo de desajustes verbales, vuelta al principio: “El independentismo es una manufactura reciente”.
Y digo yo: que esta frase es especialmente incierta, además de perversamente acusatoria. Tal vez hubiera sido más inteligente por parte del señor Savater, tener el coraje aludido, para citar de paso donde está instalada la fábrica manufacturera, para percatarse de que tal vez él mismo sea uno de sus capataces.
Ya ven, los debates televisivos a veces son entretenidos y densos.
Fede Fàbregas