La patria de vidrio (III)

Miguel de Unamuno escuchando «¡Viva la muerte!»

Tercera epístola a los españoles de las Españas españolas y de las no tan españolas.

Desde mi más sincero egoísmo, con amor: Español, ¿tú me amas?

En ocasiones anteriores me he dirigido a unos y a otros, casi por igual, apelando a ambas entendederas; sin embargo, esta vez, si bien también desearía que me escucharan mis paisanos estelados, reconozco que mis palabras van dirigidas, sobre todo, a los dueños de la ñ patria.

Me siento también en la obligación de reconocer que últimamente peco mucho de egoísmo, temiendo que vaya mi yerro a más, pues el averno no cesa de incitarme con su cansina letanía de versos malditos por mentirosos, puesta en boca de sus rayados diablos, tanto de occidente como de oriente. Periódicos y otros altavoces no cesan de reproducir sus catecismos machacones llenos de frases prefabricadas por otros malignillos asesores, de poca monta, aunque sí astutos en técnicas de martilleo cerebral.

Me dirijo de forma clara a ti, español orgulloso de tu ondeante tilde que uniforma la inquebrantable piel de toro:

¡Dime!, español: ¿Tú me amas?

Pero piensa bien antes de responder:

¡Dime!  ¿Tú me amas?,… ¿o me quieres?

Porque el solo querer conlleva el mal tener, y sólo el ser amado propicia la escasa posibilidad de desear ser poseído.

Los pobres diablos que habéis elegido para mal mandar dicen que me quieren, y me lo creo, pero ¿me aman?, porque yo no siento atisbo de calor.

¿Y pensáis que a vosotros sí os aman? Tampoco. Ellos, como a mí, nada más os quieren. Ellos solamente se aman a sí mismo, y el ansia de poder les atrapa, pensando que cuanto más grande sea su una y libre, mayor será su poder. Y se equivocan.

El no omnipresente, ahora sí, con la n limpia de perifollos y la o redonda de susto, es todo desamor por estar despojado de más explicación. Porque la ley y la unidad por sí solas, sin más argumento  adjunto, son demasiado frías y mudas para ser razón de nada. Y si no hay razón no hay ley, y menos, unidad.

Y a causa de tan huecas razones de unos, y también de los otros, mi egoísmo crece, aunque no mi desamor, porque yo sí os amo a pesar de todo. ¡Cómo iba a ser de otra manera, si mi savia es de árbol de muchas tierras!: de las murcias, las sorias, los madriles y las catalonias, hasta donde yo veo. Porque yo os amo, pero sin quereros, ya que no deseo teneros en propiedad y en derecho; sólo podría ser compañero al igual; ni más, pero ni menos. Pero resulta difícil sin mutuo sentimiento, a falta del cual no quedaría más que la condición de buen vecino.

Amados españoles de todas las Españas, yo no deseo que me queráis, yo necesito que me améis, porque no solamente las voces de mando no me aman; vosotros tampoco, y eso me envilece en el egoísmo, porque me hace frio de pensamiento y aritmético de cuentas en beneficio de mis allegados y de mí mismo. Y si no hay más argumento, en este solo avatar me voy a centrar, independientemente de hacia qué lado se incline la balanza del tú más.

Sé a ciencia cierta que no me amáis, pues me lo habéis demostrado una y otra vez en el transcurso de mi vida. Decís que son tópicos, pero no, pues no lo son lo que en primera persona se vive: insultos y maldiciones por ser de donde soy, apelaciones por parte de personas ajenas a la conversación, a la buena educación por hablar en mi lengua natural, rescisión de contrato por parte de un gobierno autonómico por haber trascendido a la opinión pública el hecho de haber contratado a un profesional catalán (así constaba en la misiva recibida hace unos veinte años), y un etcétera, el cual no deseo detallar más, diseminado por gran parte de la geografía, todavía entera pero gravemente deshilada.

Hasta tal punto llega en muchos de vosotros el desafecto, que cuando algún paisano vuestro que habita entre nosotros sin sentirse catalán va a su pueblo, es despreciado y acusado de “catalán”. Doy fe de ello, y no como hecho puntual. A veces me he preguntado si este sinsentido es producto del odio o de la envidia. Si es por lo primero, la muestra de desamor hacia un pueblo es patente, y si es por lo segundo, resulta que pone de manifiesto un infundado y grave complejo de inferioridad. Porque no os equivoquéis, no hay catalanes que se sientan superiores, sino españoles que tal vez se sienten inferiores, sin lugar a dudas equivocadamente. Probablemente este ha sido el gran complejo español desde que las Españas dejaron de ser aquel imperio en el cual nunca se ponía el sol.

Sé que también hay quejas sobre desmanes en sentido contrario, y también banderas quemadas, lo cual repruebo con rotundidad, y pido perdón por ello aún no siendo culpable, al menos de forma consciente, pues ni he insultado ni despreciado nunca a nadie por ser de donde es, ni he quemado enseña alguna, ni he incitado a nada de todo ello. Yo también peco miserablemente, pero no en cuestiones de origen o raíces.

A pesar de todo ello, nunca he tenido en cuenta seriamente estos desafortunados hechos ─demasiados para poderlos considerar como puntuales─, asumiéndolos casi de forma cómica como parte del folclore español. Pero hasta ahora; porque donde antes veía caras de incomprensión, ahora advierto rostros rabiosos con mueca de odio.

¿Y después?,… de lo que sea.

Pues me temo que igual, ni más ni menos, pues advierto que así ha sido desde hace siglos. Decimos que habitamos una península, unas pocas islas y un par de plazas en continente ajeno, pero no es así. Navegamos en un árido océano donde el ondulante oleaje de odio y rabia asciende y desciende sin que nunca llegue la calma.

Hasta el ilustre profesor y escritor Miguel de Unamuno llegó al final a comprender, arrepintiéndose públicamente de lo mucho que había defendido y apoyado la sublevación fascista. ¿Y qué fue lo que le hizo cambiar, curiosamente apenas dos meses antes de morir?:

El 12 de octubre de 1936 era el día idóneo ─el día de la raza─, para escuchar un buen vómito en boca del general José Millán-Astray, en el acto de apertura del curso académico de la Universidad de Salamanca, y de la cual Don Miguel era su rector:

“¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!”

Miguel de Unamuno era vasco, y oyendo tales esputos sintió el desamor de quienes consideraba los suyos, y advirtió su rabia cuando les escuchó exclamar “¡Viva la muerte!”

Y yo soy catalán, y también siento el desamor y he oído muy próximas palabras de perecimiento.

Podéis tildarme de dramático, pesimista o derrotista, pero no lo soy, solamente estoy colocando un espejo frente a vosotros, para que podáis ver el eco de vuestras propias voces, y oigáis la imagen de vuestros rostros desencajados.

Y me diréis que no sois todos, los enmarcados en ese espejo. Ya lo sé, por eso os pido a vosotros, los que estáis fuera de él, que no os quedéis callados y alcéis la voz para que os oiga, y así consiga no ver tanto desafecto.

Sí, amados españoles, es por todo esto que no tengo suficiente con solamente razones de ley, de unidad o rompimiento, de apocalipsis, de temor a exclusiones europeas, o de orgullo de raza torera y de buen sazonador de tortilla española; ni tampoco, mis no menos amados estelados, con las únicas razones de que España nos roba, de que la solución económica está en la independencia o de que nuestra cultura peligra, de que el pueblo está oprimido, de que Europa no puede pasar sin nosotros, o del orgullo pueril de comer pa amb tomàquet i botifarra amb seques, o de decir collons que suena mejor que cojones. Todo esto y más he oído y leído, y sobre ello quiero saber más; de lo serio, claro está; o mejor dicho, de lo que puede parecer serio, porque es posible que algo tomado como tal resulte no serlo.

No quiero predicciones; sólo necesito datos y razones basadas en ellos. Para interpretar oráculos ya me basto yo. Quiero saber por qué la ley es inamovible y la unidad conveniente; por qué una ruptura sería apocalíptica y por qué debería estar orgulloso de ser español (no me vale la roja ni los toros); y el porqué de la fijación obsesiva con mi idioma natural, que no materno, el catalán. También quisiera saber cuánto nos roba España, y qué operaciones aritméticas muestran que la independencia es la solución de la economía catalana, que es la mía. Y otras muchas cosas de las que nadie habla, porque seguramente sabemos más nosotros que ellos: ¿y luego de lo que sea qué?, porque eso quiero conocerlo antes de cualquier cábala; ¿quiénes habrá y como se lo montarán?, y aunque lo parezca, no me refiero solamente a los soberanistas, sino también a los unionistas, porque ellos ya mandan y ya parecen mostrar sus plumas de pascua. Quiero que por parte de estos últimos se cuantifique las cuotas de solidaridad por adelantado, y si van a ser en dos direcciones o solamente en una; quiero saber que entienden por diversidad, más allá del hecho pintoresco, dando a conocer el nivel de respeto (sólo cabe uno, el total y absoluto) que va a haber de la cultura natural, ésa la cual siento como mía. En definitiva, quiero saber qué cuota de amor voy a tener.

Sí, quiero saber todo esto, porque el egoísmo me lo requiere y el poco amor que recibo no es suficiente para redimirme de este pecado.

Decidiré según haya explicaciones, sea lo que sea lo que favorezca a mi entorno y a mí mismo. Sin miedo a nada, ni a lo uno ni a lo otro, porque ser español nunca me ha dolido ni importado, aunque admito que nunca he encontrado razones para sentir orgullo de ello; ni tampoco ser únicamente catalán me amilana, porque –insisto con la palabra− sería lo natural. Lo que menos me importa es el carné y su bandera; sólo el ser amado, y ahora también el bienestar de mis allegados y mío.

Así que ya veis; ante tal paradigma, de momento, no me queda más que mi egoísmo, el cual os advierto que como pecado que es, no es nada ecuánime, y que en caso de acabar en tablas la fría información obtenida de las negras y las blancas, siempre regirá en sabio juicio, la ley de la línea blanca: la de la falta en la línea de área; si soy atacante siempre la veré dentro, y si soy defensa siempre fuera. Y es que el sentimiento es lo que acaba de establecer el juicio acertado.

De verdad os ruego, españoles de todas las Españas, que cambiéis cerbatana envenenada por arco de Cupido, y a partir de ahí veremos; porque si sólo me queréis, mal me tendréis, a pesar de que yo sí os ame.

Fede Fàbregas

Un catalán, tal vez también español si me amaras.

Mayo, 2014

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